dilluns, 15 de maig del 2017

Reflexions d’un exregidor (2): Héroes de la transición

 Que la vida va en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine 

a llevarme la vida por delante

Jaime Gil de Biedma

La irrupción de la nueva política ha cambiado la duración de los plenos municipales, cinco horas, como los plenos inaugurales de la democracia municipal en 1979. Ahí se acaban las comparaciones con la vieja política, aunque aquella política que se hacía cuerpo a cuerpo en mangas de camisa duró poco más de una legislatura. Eran los tiempos que en el Congreso de Diputados Cipriano García, diputado del PSUC, se llevaba la comida en el puente aéreo dentro de una fiambrera en una cartera de mano, igual que hacía mi padre cuando iba a trabajar a una obra.

Hoy los partidos jóvenes se quieren llevar la vida por delante pero de paso arrasan con la memoria de lucha y victoria de las clases populares. Una victoria relativa, porque todas las victorias de las clases populares son siempre relativas, pero para ellas la transición no fue una renuncia, fue una conquista con el sudor de muchas frentes, con ese heroísmo de andar por casa, esa solidaridad de vecinos de barraca o de escalera, de compañero de trabajo, que siempre ha sido patrimonio de los pobres. Una transición con muertos y heridos, con detenciones, palizas en las comisarías, con despidos y listas negras. Total, por poquita cosa, por jornadas de cuarenta horas cuando se trabajaban cincuenta y ocho –diez horas cada día y los sábados dos menos– por un mes de vacaciones, por pensiones dignas –las pocas que había eran con cupones como los de los ciegos que se cambiaban por dinero en los bancos–. 

Vivimos en tiempos de democracia digital con miles de amigos y youtubers, con cientos de megas de velocidad, pero es tan líquida como el agua que se escurre entre los dedos y tan rápida como un juego de manos, que ahora la ves, ahora no la ves. Queremos lanzar la democracia analógica al contenedor gris, como lanzamos al contenedor del olvido las palabras viejas que no utilizamos. Tenemos gigas de información pero cada día perdemos vocabulario como si sufriésemos Alzheimer colectivo. La democracia digital con ciento cuarenta caracteres explica el mundo; la otra, la vieja, necesita de montones de libros de papel y encima no acaba de explicarlo porque en el fondo solo sabe que no sabe nada. Además, va con el coche de San Fernando, un rato a pie y otro andando.

La transición se hizo a pie, como ahora se hace el camino de Santiago, pero ocupando la calle en manifestación todos juntos con pancartas hechas a mano con brocha, ensuciando el mosaico con la pintura que traspasaba la tela, y alguna excepción con letraset gigante. Cada plaza, cada árbol, cada escuela, cada plaza de ambulatorio se ganó con manos de peón y pies de caminantes que hicieron camino al andar. Esa gente consiguió una Constitución de la que siempre se saltan las páginas de los artículos sociales y un estatuto de trabajador del que se van tachando párrafos como un libro censurado.

Muchos de ellos son los viejos más viejos de los clubs de jubilados o han muerto, y ya no pueden defender o defendernos. Algunos ejercen de yayoflautas en el tiempo que les queda entre las visitas al ambulatorio o los encuentros en el tanatorio para despedir al amigo que se ha ido de viaje por esa puerta giratoria que siempre vuelve vacía. 

José Luis Atienza