dissabte, 14 de març del 2009

La mili en el Sáhara español


Pertenezco a la asociación Viladecans pel Sàhara, una entidad que ayudamos tanto en necesidades básicas como en política a este pueblo tan necesitado, el cual tiene su población dividida entre los campamentos de refugiados en Tindouf (Argelia) y el Sáhara Occidental, antigua colonia española, ahora ocupada por Marruecos desde hace 33 años.
Llevo casada 38 años con Antón, gallego de nacimiento. Muchas veces he escuchado sus historias de la mili en el Sáhara, así que creo que sería un detalle por mi parte relatar ese periodo de su vida como si se tratara de un pequeño cuento.
Antón nació en una aldea de La Coruña. Tiene 66 años y a los 21 fue llamado a filas. Era la primera vez que salía de su país y de su casa. En el año 1963, con su petate y su manta, salió en tren junto con otros compañeros desde La Coruña hasta Cádiz. Fueron embarcados durante ocho días desde Algeciras hasta que por fin llegaron a la playa del Aaiún.
Nada más llegar, les dieron la ropa y les subministraron la famosa vacuna. Comió bien y variado y no le faltó de nada. Incluso desde su casa le mandaban alimentos que luego comían todos.
Fue también en el año 1963 la primera vez que a los quintos los separaron en dos reemplazos. A Antón le tocó el segundo. Su destino fue el Sáhara (Aaiún B.I.R. Nº 1 Batallón de Instrucción de Reclutas), en Cabeza Playa. Fue uno de los centros creados para instrucción básica de los reclutas. Junto a ellos estaba también la Legión, así que casi todos sus superiores eran legionarios.
Su batallón fue el de Cabrerizas, batallón que no tenía ningún cuartel de destino ya que eran arrestados de Infantería de Melilla desde hacía ya muchos años. El arresto se terminó después de ocho meses de mili y el batallón fue repartido en varios destinos: unos a Fernando Poo, otros a Canarias y a la Península y a otros les tocó Sidi Ifni.
A mi marido le tocó Sidi Ifni (Grupo Tiradores Nº 1), de cocinero, hasta el final del servicio militar. Vivieron muchas anécdotas que me ha ido contando a lo largo de estos años y que cada vez que me las explica nos reímos muchísimo. Una de ellas fue cuando les formó el teniente y les dijo: “Necesitamos dos voluntarios para tocar el tambor”. Sin mediar palabra, Antón empujó al soldado que tenía delante y no le tocó otro remedio que presentarse, aunque a uno no le duró demasiado pues es zurdo y el repicar del tambor lo hacía al revés y no había forma de seguir el paso. El teniente no tuvo más remedio que “echarlo” con buenas palabras.
También tuvo castigos, peleas, buenos y malos momentos. Incluso calabozo, castigo que tuvo por descuidar el polvorín que se supone tenían que vigilar dentro del desierto. Gracias a la patrona fueron solamente unos quince días, pero a la hora de la instrucción les tocaba llevar con las manos toda la arena que podían y depositarla a unos 300 metros de distancia. Explica que entre todos los arrestados llegaron a formar una duna.
Y después de quince meses de mili, finalmente lo licenciaron. Este relato es sólo una pequeña dosis de lo que cuenta y espero que siga contándomelo muchos años más.
Su mujer,
Rosa Mercader