dissabte, 15 de juliol del 2023

Albarrosa vuelve a casa


Qué felices serían los campesinos si supieran que son felices”. Esta cita atribuida a Virgilio (poeta romano 70-19 a.C) se podría aplicar a muchas de las situaciones que hemos vivido los que con suerte, podemos ya peinar alguna cana. El ímpetu, la rebeldía y el inconformismo de la juventud, entre otras cosas, han hecho en alguna ocasión que diésemos al traste con un estado que era difícilmente mejorable. Pues esto mismo nos pasó a los vecinos de Albarrosa.

Desde el nacimiento de nuestro barrio en 1948, la antigua masia de una de las dos fincas, Can Cot, estaba destinada a ser el centro neurálgico de la nueva ciudad jardín, tanto es así que el dia de la inauguración oficial el 26 de septiembre de dicho año ya contaba con una pista deportiva para disfrute de los futuros habitantes. Tan solo un año más tarde, en 1949, los vecinos que empezaron a poblar Albarrosa ya demostraron su afán por formar una comunidad unida y fuerte y constituyeron la Asociación de Propietarios y Parcelistas con sede en un piso en la calle del Pi en Barcelona. La asociación siempre estuvo muy vinculada a Can Cot, incluso la pista fue utilizada para su sección deportiva. En 1955 Can Cot se remodela con la construcción de un bar y una tienda de comestibles y la Asociación adquiere todo el edificio con la pista en 1962 y lo explotan en régimen de cooperativa.

En este momento, el Casino de Albarrosa se erige como el auténtico aglutinante de una población dispersa. Todo el mundo se conoce gracias a él y, durante más de 20 años, los vecinos vivieron una experiencia inigualable. Si alguna vez hubiera existido una sociedad perfecta, la Albarrosa de aquella época podría ser candidata a encabezar la lista.

Prácticamente la mayoría de nuevas familias que se incorporaban a la urbanización se hacían socias de la cooperativa por una cantidad simbólica, equivalentes a un esfuerzo actual de 300 euros y a pagar en 10 años.. Personas de todas las edades y condición social disfrutaban de todo tipo de eventos, olimpiadas infantiles, torneos de fútbol, bailes con orquestas, verbenas, discoteca, actuaciones teatrales, nuestros mayores podían alargar sus partidas de cartas y dominó indefinidamente, etc. El Casino y Albarrosa siempre estaban llenos de vida.

Aunque el bar y la tienda estaban abiertos a todo el mundo, en la entrada a la pista había un cartel en el que se podía leer “solo para socios”. Supongo que esto se llevaría de una manera rigurosa en los primeros años pero con el tiempo se fue diluyendo y la directriz de las últimas juntas directivas fue permitir la apertura total.

Fue entonces, a mediados de los ochenta, cuando decidimos dar un paso más. En una España en la que todo cambiaba, en Albarrosa decidimos cambiar el Tintorro por el Gin-Tonic, las míticas Patatas Bravas de nuestra entrañable Sra. Otilia por platos de diseño.

Decidimos mejorar sin tener en cuenta que mantenerse ya es mejorar. Decidimos que queríamos ser felices sin saber que ya lo éramos, tal como dijo Virgilio dos milenios antes, y nos embarcamos en un ambicioso proyecto que acabó con el Casino y con la unión de todo un barrio. La construcción del nuevo restaurante provocó la pérdida de muchos socios y evitó la incorporación de otros nuevos. El enfoque económico se dirigió a bodas, bautizos y comuniones y el papel de los vecinos quedó relegado a meros accionistas, perdiendo así el espíritu de lo que había sido hasta entonces “nuestra casa”. La pista deportiva, testigo de tantísimos eventos de todo tipo, se transformó en un parking para los clientes del restaurante, poco a poco se fueron los niños, los jóvenes, los mayores y todo el barrio se desvinculó. Aunque legítimos propietarios, ya no era “Nuestro Casino”, por lo que,acabados los 25 años de contrato de alquiler más dos de prórroga y ante la imposibilidad de afrontar los pagos por parte de una población ya desarraigada, la mayoría, aunque no todos, decidieron vender.

El nuevo propietario y antiguo socio no consiguió su propósito de recalificación de la finca por parte de la Administración y perdió la propiedad embargada por el banco y, a partir de ese momento, el Casino de Albarrosa empieza a convertirse en la pesadilla de todo el barrio. El perfil de “okupantes” del inmueble fue cambiando, partiendo de familias necesitadas respetuosas con el entorno a personas con comportamientos incívicos que no respetan el descanso de los vecinos, que tienen Nuestro Casino como lugar de peleas, escándalos, fiestas y desorden, siendo testigos del trasiego de furgonetas cargadas de material procedente, parece ser, del interior. Si, sé que legalmente ya no es nuestro, pero con cada furgoneta de material que sale, se nos va el esfuerzo y la ilusión que nuestros padres pusieron en un proyecto colectivo, con cada ventana de aluminio que se arranca, se nos arranca un recuerdo, con cada tubería, un poquito de juventud, con cada tabique que se derriba, se nos cae un trozo de corazón, un pedacito de alma, pero con cada noche sin dormir de nuestros vecinos se nos despierta el sentido de unidad que tuvimos en un pasado no tan lejano dedicándonos con cuerpo y alma a ayudar a unos vecinos que ahora nos necesitan y hace plantearnos el futuro de Albarrosa, de nuestros niños y el de las nuevas familias que llegan y llegarán al barrio. Nuestro Casino, que parecía herido de muerte, vuelve a levantar el estandarte de Albarrosa después de casi 20 años moribundo y vuelve a ser el símbolo del barrio. Es el momento de reacionar.

Es difícil entender el papel de nuestra administración. En los últimos años la Asociación de Vecinos ha intentado convencer a nuestro hermano mayor, el Ayuntamiento, de que adquiera el Casino para todos los habitantes de Viladecans, pero no hemos tenido éxito.

De nada han servido los posibles usos sociales propuestos a tal fin, ni siquiera ha servido apelar al valor sentimental que el Casino tiene para los vecinos del barrio. Creo sinceramente, y lo digo con la mayor de las humildades de las que soy capaz, que ha sido un error, un tremendo error por parte del Equipo de Gobierno. Pero nadie puede obligar a comprar nada a nadie. Ellos tienen una visión más general de la ciudad, tienen sus prioridades y hacen sus cálculos, así que, ya perdida esa posibilidad, el barrio se plantea la alternativa que tenía que haber tomado hace ya mucho tiempo, volver a comprarlo, si es que aún está disponible. Lo que empezó pareciendo una locura se ha postulado en muy poco tiempo como la única opción válida.

No es ninguna tontería, el Casino fue nuestro hasta hace nada. Nadie dice que adquirirlo sea fácil, todo lo contrario, pero todo parece indicar que Albarrosa ya ha iniciado el largo y difícil, pero ilusionante camino de regreso a su hogar.

Albarrosa vuelve a casa.

Josep Lozano