¿Qué nos aporta personalmente, que nos aporta como ciudad la vida asociativa desde nuestra experiencia concreta?
Desde el punto de vista de un movimiento social como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, la participación en este tipo de asociación particular nos permite transformar un problema individual en un problema colectivo. Esto es vital para que los afectados se movilicen con el objetivo de encontrar una solución, pero también para los voluntarios porque nos permite dejar de ser cómplices de un poder que trata de imponernos su relato de la realidad y que ha roto todos lo consensos.
Por lo tanto, lo que hacemos desde la PAH es enfrentarnos a un dolor, es decir, a un conflicto no resuelto. Algo que nos duele, ya porque lo sufrimos o porque empatizados con quien lo sufre. En un principio este problema lo vivían las familias desde un plano individual, como una vergüenza que no se contaba a nadie y de la que se huía, no había más responsable que uno mismo, era en definitiva un problemática privada. Esto significa que esta situación se vivía de una forma no política, que no era consecuencia de decisiones políticas concretas dentro de un marco jurídico determinado. Por lo tanto, no tenía responsables.
Organizarnos nos aportó politizar esta problemática y, por lo tanto, nos permitió cambiar el relato que se había convertido en sentido común. Nos permitió dejar de vivir está situación como si fuese un fenómeno despolitizado para pasar a vivirlo como un fenómeno político, es decir, que tiene responsables concretos, culpables, y tiene víctimas concretas, no es algo que nos sucede a todos, y además tiene una explicación y, por lo tanto, podría tener una solución alternativa apropiada para las víctimas.
En conclusión, los movimientos sociales, esta particular forma de vida asociativa de una ciudad, nos permite transformar una carga individual en una vergüenza colectiva: nos obliga a entender que no se trata de haber fallado individualmente, de forma aislada y personal. Entonces pasa a ser una falla del sistema, es decir, a depender de cómo hemos ordenado el sistema legal para que haga posible que bancos incluso rescatados echen a la gente de sus casas y las familias se vayan a la calle encima con la deuda. Y sin duda, ahora podemos decir que le ganamos el sentido común al poder, de forma que hay ya muy poca gente que considere que es justo el sistema legal que permite estos abusos a los bancos.
¿Cuál es la cultura asociativa de Viladecans? ¿Qué valores y qué déficits muestran las asociaciones: en su conexión con los problemas de la gente, en su gestión interna, en su coordinación con el resto de entidades, en su relación con las administraciones públicas?
No se puede decir que actualmente haya en Viladecans una gran implicación de la ciudadanía en los movimientos sociales, pese a la crisis-estafa, pese a los ataques directos que sufre la población. Y en nuestro municipio ha habido muchos y en diferentes ámbitos, como por ejemplo el problema del acceso a una vivienda digna, la situación de nuestro hospital, en educación, el proyecto del Eurovegas, entre otros.
Foto: Jaume Muns |
Y parece que la mayor parte de los ciudadanos han renunciado a ser protagonistas de lo que sucede. Esto sucede por diversas razones, una de ellas es porque se ha roto lo que debería haber sido la continuidad de un relato de lucha que nos explicara cómo en su momento se nos permitió conquistar los derechos que ahora estamos perdiendo.
Por lo tanto, la cultura de lucha, de resistencia, es muy escasa, aunque sí que veo que la actitud está cambiando, sobre todo después del 15M, porque al menos ya no somos tan inocentes.
Desde movimientos como la PAH siempre entendimos que había que asociarse, que era necesario organizarse para luchar contra una situación que considerábamos injusta, pero no a cualquier precio. Entendimos que había que crear organizaciones con valores determinados, que fuesen horizontales, participativas, asamblearias, basadas en la solidaridad y en el apoyo mutuo, que ayudasen a empoderarse a la gente, que nos hiciese protagonistas. Hay que reconocer que no siempre se consigue, y que vamos avanzando paso a paso.
De los problemas que nos encontramos el más habitual es la falta de implicación. Muchas veces nos acaban viendo como una especie de asesoría donde hay que reunirse una vez a la semana a explicar cómo está la situación y para casa. Y esta forma de ver este espacio tiene repercusiones en la lucha de cada afectado por arreglar la situación. Porque los bancos no regalan nada, y cuando la negociación se pone difícil hay que tener claro a quién tienes enfrente y qué es lo que quieres. Si no lo haces pierdes. Con nosotros el banco no tiene la última palabra. Pero para eso hay que conseguir que ciudadanos clientes, consumidores sean ciudadanos con derechos y con capacidad para defenderlos.
Nuestra relación con la administración podemos decir que va a días. Pero en general lo que noto es una incomprensión profunda por parte del ayuntamiento y por parte también de sus trabajadores. No llegan a entender cuál es nuestro papel. Nosotros siempre les decimos que si nosotros existimos es porque ellos no están haciendo su trabajo o lo están haciendo mal. La sensación que tengo es que piensan que nos metemos en asuntos que no son de nuestra incumbencia, y esto demuestra que no están entendiendo el cambio de cultura política que está experimentando la ciudadanía. Parte de la ciudadanía que ahora piensa que todo nos importa y que no queremos estar al margen de nada.
¿Cuáles son los retos de las entidadees?
Insisto en que mi respuesta a la pregunta se enmarca específicamente en los movimientos sociales. Que esto se pueda extrapolar a otro tipo de asociaciones es una cuestión que dejo en el aire por si alguien quiere responderla.
El principal reto que tenemos es el de posicionarnos como un contrapoder político con capacidad de cuestionar el sentido común de los que mandan. Lo que sucede habitualmente es que los que obedecen aceptan las razones de los que mandan. Y entonces hay consenso.
Enfrentarse a esta situación de consenso cuando la situación es injusta o cuestionable requiere que la ciudadanía se organice y la administración debe entender que tiene el derecho y la legitimidad para modificar sus decisiones.
Pero aparte de cambiar la realidad, la organización debe servir para cambiar los valores y comportamientos que el sistema capitalista nos ha ido imponiendo: de individualismo, de crítica destructiva, de miedo al cambio, de odio al que es diferente. Y caminar hacia una dirección opuesta tanto individualmente como colectivamente.
Porque si no lo único que estamos haciendo es reciclar carne humana para que el capitalismo pueda hacer uso de ella de otra forma y sacarle más beneficios.
En conclusión, constituirnos como un contrapoder y, a través de la organización y la lucha, cambiar los valores, hacia aquellos que nos permitan tener una sociedad más justa.
David González
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