dissabte, 9 de juny del 2007

Los inicios del Poblado Roca


Cuando llegamos a Viladecans, en el Poblado Roca había muy poca cosa. Cuando queríamos comprar teníamos que ir a comprar en la plaza del Ayuntamiento del pueblo. Algunas veces, también llegamos a ir al mercado de Gavá, en la calle de Sant Pere. Aquí, no había nada. Los bloques y “prou”. Había los barracones de los solteros, donde ahora está el campo de la petanca. Los barracones se construyeron de obra y se pusieron donde dicen que había habido una antigua masía. Allí, estaban los comedores. Pero por aquel entonces no había ni mercado, ni médicos… El único médico que nos atendía estaba en el pueblo. Nosotros teníamos al Montfort y al Sacristán. Después llegaron otros.
El piso donde vivimos, a lo primero era de alquiler. Nos lo ofreció la fábrica. Pagábamos unas 150 pesetas al mes. Aquello que pagábamos era mucho. En aquella época ganábamos muy poco. Primero, nos dieron una planta baja en uno de los primeros bloques, pero resulta que allí habían vivido unos gitanos y se lo habían llevado todo. Se habían llevado las tuberías y había mucha humedad.
En el segundo piso tuvimos agua desde el principio pero no había luz. Lo que hicimos para conseguir corriente fue cogerla de los postes de la calle. Y así, con cables, nos pasábamos la luz de un vecino a otro. Así, casi estuvimos un año, con la luz prestada de los sitios. Tampoco teníamos alcantarilla. El pozo negro del bloque lo teníamos detrás. El olor que subía hasta las ventanas era horrible. El suelo del Poblado estuvo mucho tiempo levantado, con obras y tierra. Recuerdo que cuando llegué a Viladecans, lo hice con zapatos de tacón, pero visto lo visto me tuve que adaptar rápidamente. Me quité los zapatos y comencé a caminar.
Cuando llegué aquí no vi una gran diferencia entre mi familia y una familia de aquí. Mis suegros eran catalanes catalanes, hijos de Gracia, y mi marido también. La única “charnega” que entró en esa familia fui yo. A mí, me preguntaban quién era yo y respondía sonriendo: “charnega”. Yo me hice mucho con la gente de aquí pero siempre me ha dado mucha vergüenza hablar el catalán aunque lo entiendo. A veces, cuando veo una persona que habla catalán y cambia al castellano por mí, le digo: “Tú, sígueme hablando el catalán, que yo te entiendo”. Lo que pasa es que mi marido, mi cuñada y mi cuñado, en lugar de hablarme el catalán siempre, me hablaron en castellano; al contrario de mis suegros, que siempre se dirigieron a mí en catalán. Cuando mis hijos eran pequeños me atrevía a hablarles en catalán, pero luego, claro, me pasaba al castellano.
Carmen Álvarez

(Del llibre Vint històries de vida, compilat per Xavier Calderé i publicat el passat mes de gener per l’Ajuntament de Viladecans. Un llibre que sens dubte val la pena tenir i llegir)