dissabte, 16 d’abril del 2011

Patria es humanidad




Hoy en día, oímos mucho hablar sobre las santidades en el mundo árabe, y cada uno de nosotros tiene su propia visión que varía de acuerdo con las franjas intelectuales y políticas personales. Pero el tema requiere un poco de compensación, y así aclarar estas santidades y como venerarlas.
En general, como es conocido, las santidades en los países árabes circulan entre estos términos: Dios y Monarca-presidente. Asimismo, el himno nacional marroquí se concluye con: Allah (Dios)-Patria-Rey.
Dios es un componente esencial en lo sagrado árabe. Esto significa que todo lo que contradice con la percepción de Dios del sistema político, se considera un delito cuyo cometedor debe ser sancionado, por insultar a las doctrinas sagradas.
Dios es una idea personal que se mueve en la red mental humana de una forma distinta, y de aquí, el hecho de obligar a los ciudadanos a consagrarlo es una violación clara de la libertad de conciencia y de las convicciones personales. Cada ciudadano puede descartar totalmente a Dios o entenderlo a su manera, sin la instalación de la maquinaria de represión social, a fin de imponer la vida divina en la vida humana, con la fuerza. Aquí no es santificado solamente Dios, sino también todo lo relacionado con éste en el Islam. Y, todo rechazo a estas “normas” corresponde directamente a una reacción violenta de las herramientas y medios de disuasión social que posee el sistema político.
Cuestionando la seriedad de esta santimonia metafísica divina, hay una diferencia fundamental entre el pensamiento de la zanja, que incluye el sistema político déspota árabe y sus aliados de islamistas y populistas, y la otra parte donde extiende un rechazo total o relativo a esta santificación. Dios es como una línea roja que requiere una cierta paralización para reflexionar sobre el propósito de su existencia, y los resultados de esto, de presión, acoso y reducción del ámbito humano, son cosas secundarias, que en el fondo, no son más que excusas para llegar a aquellos fines y objetivos, declarados y ocultos.
En todo caso, Dios no puede ser considerado como un lugar de encuentro para el ciudadano, ya que en este caso se trata de una cuestión de convicciones individuales que pueden cambiar con el paso del tiempo. Todo fluye y nada permanece igual.
Son las bases de la patria lo que reúne a los ciudadanos, y por las que se crea el Estado, y por lo tanto, la primera santidad debe ser el propio ciudadano, que vive sobre esta tierra, y no las ideas metafísicas. Es posible que Dios sea sagrado de los constantes de un pensamiento de tribales, pero absolutamente puede serlo para una cosa que se llama Estado.
La fe en Dios se parece a un buen montón de otras ideas y convicciones que se mueven, a diario, en el hombre. El estado no puede negar o encarcelar una persona solamente porque en su mente circulan ideas que rechazan este ser metafísico “Dios”, como hacían la tribus beduinas al imponer a sus hijos un estilo de vida determinado, con un pensamiento de la Edad Media. Lo estable y permanente es la patria, lo pasajero y esporádico son las creencias, los estilos de vida, y las percepciones y convicciones que el arroyo de la historia porta a la erradicación.
No todos los ciudadanos necesitan creer en este ser metafísico, mas necesitan ejercer su humanidad en los términos de un lugar geográfico llamado Patria.
En una misma cuna pueden vivir hindúes, musulmanes, judíos, cristianos, naturalistas, ateos, etcétera, en relaciones sanas que respetan el individuo y la tierra, “el ciudadano y la patria”.
Abdelmonaim Zmardeh