
Un conflicto económico-social afecta a un gran número de familias de nuestra parroquia. Muchos os sentís afectados por él. La Iglesia, y en cuanto aquí se hace presente en la parroquia, no es ni puede ser parte activa en el conflicto. Pero tampoco puede ignorarlo. A la Iglesia le corresponde proclamar la verdad, pedir y desear la concordia en la justicia y el amor.
El mismo Concilio Vaticano II ve con dolor que la huelga en nuestro tiempo “puede seguir siendo un medio necesario, aunque extremo”. Estas son sus palabras: “En caso de conflictos económicos sociales hay que esforzarse por encontrar soluciones pacíficas. Aunque se ha de recurrir siempre al diálogo entre las partes, sin embargo, en la situación presente la huelga puede seguir siendo un medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio”. Gaudium et Spes, nº 68.
Los encuentros ocasionales que mi ministerio me ha deparado, me ha hecho constatar el anhelo de un diálogo sincero que recoja las aspiraciones del mundo del trabajo. El obrero desea tener trabajo y poder sacar su familia adelante. Y esto último se le ha convertido en una música amarga: “no nos alcanza el jornal”. Y no le puede bastar la promesa de un futuro convenio colectivo que todavía se tiene que discutir, y que teme que la realidad lo habrá desbordado en el momento de la firma. Y así se encuentra en la paradoja que por querer que su familia tenga lo necesario, le priva de lo imprescindible.
La prolongación de los días de paro, el que los obreros se encuentren mediatizados para reunirse y tomar sus decisiones, mientras que los directivos se pueden reunir cuando quieren y tomar los acuerdos que creen oportunos; el que los miembros del jurado y enlaces tengan que moverse en la cuerda floja de no ser extraños a su clase y que no les puedan denunciar como instigadores de la huelga, nos hace recordar un editorial del boletín de la HOAC, nº 576-A:
“Los trabajadores en nuestro país no tienen cauces dinámicos para poder expresar y resolver de una manera pacífica sus reivindicaciones, como lo demuestra el estudio inconcluso de la ley de conflictos colectivos. Hay cauces oficiales, pero, por los resultados, se ve que algo está fallando. Por otro lado, las autoridades no tendrían que ver en cualquier hecho conflictivo una amenaza al orden constituido”.
Aquí, para que a nuestras palabras les deis su justo valor, hemos de recordar lo que nuestro arzobispo escribió el presente año con motivo del 1º de mayo: “Evidentemente, es inadmisible que una cuestión laboral, que se produce en una empresa o en un sector determinado, sea politizada abusivamente por quienes se mueven en la sombra y tratan de perturbar la paz, pero tampoco es lícito que se transformen en conflictos de orden público reclamaciones justas de los trabajadores que merecerían, cuando menos, un intento de diálogo y negociación”.
Pedimos que la solución se encuentre el acuerdo que nazca del amor y de la justicia. Por eso creemos que la seguridad del poder y de los medios económicos no debe llevar a esperar la claudicación del débil, en este caso del obrero, ante el hambre y la inseguridad de su familia. Pues no se habría encontrado una solución humana y, mucho menos, cristiana al conflicto; y sólo se habría aplazado con una mayor desconfianza en las instituciones y un nuevo envenenamiento en las relaciones sociales. Por la misma razón cualquier represalia o suspensión de empleo y sueldo además de la tragedia que sumiría a las familias afectadas, alejaría de la meta que deben alcanzar las empresas, según el Concilio Vaticano II, y que los cristianos tienen que trabajar para convertir en realidad:
“Las empresas son comunidades de personas, es decir, de hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Y quedando a salvo la necesaria unidad de dirección, se ha de promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa, según las normas que se habrá que determinar con acierto”. Gaudium et Spes, nº 68.
Estas reflexiones las hacemos como un deber de nuestro ministerio pastoral, y sólo nos queda pedir a Dios que los hombres, buscando la verdad, se encuentren en la justicia y el amor.
Celestino Bravo, Pbro. noviembre de 1971
El mismo Concilio Vaticano II ve con dolor que la huelga en nuestro tiempo “puede seguir siendo un medio necesario, aunque extremo”. Estas son sus palabras: “En caso de conflictos económicos sociales hay que esforzarse por encontrar soluciones pacíficas. Aunque se ha de recurrir siempre al diálogo entre las partes, sin embargo, en la situación presente la huelga puede seguir siendo un medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores. Búsquense, con todo, cuanto antes, caminos para negociar y para reanudar el diálogo conciliatorio”. Gaudium et Spes, nº 68.
Los encuentros ocasionales que mi ministerio me ha deparado, me ha hecho constatar el anhelo de un diálogo sincero que recoja las aspiraciones del mundo del trabajo. El obrero desea tener trabajo y poder sacar su familia adelante. Y esto último se le ha convertido en una música amarga: “no nos alcanza el jornal”. Y no le puede bastar la promesa de un futuro convenio colectivo que todavía se tiene que discutir, y que teme que la realidad lo habrá desbordado en el momento de la firma. Y así se encuentra en la paradoja que por querer que su familia tenga lo necesario, le priva de lo imprescindible.
La prolongación de los días de paro, el que los obreros se encuentren mediatizados para reunirse y tomar sus decisiones, mientras que los directivos se pueden reunir cuando quieren y tomar los acuerdos que creen oportunos; el que los miembros del jurado y enlaces tengan que moverse en la cuerda floja de no ser extraños a su clase y que no les puedan denunciar como instigadores de la huelga, nos hace recordar un editorial del boletín de la HOAC, nº 576-A:
“Los trabajadores en nuestro país no tienen cauces dinámicos para poder expresar y resolver de una manera pacífica sus reivindicaciones, como lo demuestra el estudio inconcluso de la ley de conflictos colectivos. Hay cauces oficiales, pero, por los resultados, se ve que algo está fallando. Por otro lado, las autoridades no tendrían que ver en cualquier hecho conflictivo una amenaza al orden constituido”.
Aquí, para que a nuestras palabras les deis su justo valor, hemos de recordar lo que nuestro arzobispo escribió el presente año con motivo del 1º de mayo: “Evidentemente, es inadmisible que una cuestión laboral, que se produce en una empresa o en un sector determinado, sea politizada abusivamente por quienes se mueven en la sombra y tratan de perturbar la paz, pero tampoco es lícito que se transformen en conflictos de orden público reclamaciones justas de los trabajadores que merecerían, cuando menos, un intento de diálogo y negociación”.
Pedimos que la solución se encuentre el acuerdo que nazca del amor y de la justicia. Por eso creemos que la seguridad del poder y de los medios económicos no debe llevar a esperar la claudicación del débil, en este caso del obrero, ante el hambre y la inseguridad de su familia. Pues no se habría encontrado una solución humana y, mucho menos, cristiana al conflicto; y sólo se habría aplazado con una mayor desconfianza en las instituciones y un nuevo envenenamiento en las relaciones sociales. Por la misma razón cualquier represalia o suspensión de empleo y sueldo además de la tragedia que sumiría a las familias afectadas, alejaría de la meta que deben alcanzar las empresas, según el Concilio Vaticano II, y que los cristianos tienen que trabajar para convertir en realidad:
“Las empresas son comunidades de personas, es decir, de hombres libres y autónomos, creados a imagen de Dios. Y quedando a salvo la necesaria unidad de dirección, se ha de promover la activa participación de todos en la gestión de la empresa, según las normas que se habrá que determinar con acierto”. Gaudium et Spes, nº 68.
Estas reflexiones las hacemos como un deber de nuestro ministerio pastoral, y sólo nos queda pedir a Dios que los hombres, buscando la verdad, se encuentren en la justicia y el amor.
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