dijous, 15 de març del 2018

Sobre el tema de la inmersión lingüística

 

Me crié en un barrio popular de Viladecans, el cual nació y se desarrolló en los años 70-80 fruto de la inmigración desde otras zonas de España y el fin del chabolismo, en los últimos años también de la inmigración desde otros países.

En mi barrio, raro era el que hablase catalán. Prácticamente la totalidad de los residentes en mi infancia eran castellanohablantes, con honrosas excepciones. Mi familia, por ambas partes (gallega y andaluza), castellanohablante también. Es decir, tenía un entorno lingüístico suficientemente confortable como para no tener necesidad de hablar catalán por lo menos hasta que saliera al mercado laboral.

No obstante, cuando mis padres me inscribieron en la escuela, lo primero que les dijeron era que apostaban por el catalán como lengua vehicular, y les preguntaron si eso suponía un problema ya que a algunos padres no les gustaba la idea. “No es ningún problema”, dijo mi padre. Gracias a eso, desde bien pequeño (ni siquiera tengo noción de antes que eso) aprendí una segunda lengua. Ese pequeño oasis que era la escuela, que se movía en una lengua que para mí entonces era extraña (mi mente de niño creía que las profesoras no entendían castellano, y que esa lengua no la hablaba nadie más aparte del cole y el Club Super 3) me permitió algo que no hubiera tenido necesidad de hacer hasta muy avanzada edad, que era leer, escribir, comprender una lengua más aparte de mi lengua materna. Desde muy niño fui, con orgullo, bilingüe. Y todos los niños y niñas de mi generación lo éramos. Daba igual la procedencia social y familiar.

Gracias a la inmersión lingüística, el marco educativo era un espacio donde todos nos igualábamos a través de una lengua vehicular, la propia del lugar, la cual se iba a complementar a la perfección con la lengua que se hablaba en casa, en la calle, en los bares, en diarios, revistas, etc. La lengua cuyo uso social y mediático estaba ya completamente garantizado sin necesidad de hacer nada más, que era el castellano. La inmersión lingüística contribuyó a que la reconstrucción de Catalunya como nación tras el franquismo no fuera bajo la balcanización (mal que le pese a los nacionalistas españoles y pro-tabarnios). Tampoco ello supuso ningún regalo a los nacionalistas catalanes, puesto que el modelo gozó del consenso de todos los agentes políticos y sociales de peso. Se aplicó bajo gobiernos tanto de CiU como del tripartit PSC-ERC-ICV-EUiA.

La eliminación de dicho modelo forma parte precisamente de dicha estrategia de balcanización de Catalunya, fruto de la guerra de banderas. La construcción de la Catalunya popular debe de ser transversal, democrática y enraizada en un pueblo diverso con igualdad de oportunidades. Sin discriminación de ninguna clase. No permitamos que destruyan lo que ha servido. No permitamos que se asocie al nacionalismo lo que es de todos y todas. 

Sí a l’escola pública catalana.

Sí a un referèndum amb garanties.

No al 155.

Miguel Angel Parra