Europa se prepara para hacer frente a un invierno con los precios disparados del gas y la electricidad que amenaza con una ola inflacionista y de escasez en los mercados mundiales. El aumento del precio de la electricidad, originado por la cotización internacional del gas, ha pillado por sorpresa a todo el mundo. Los gobiernos están viendo qué medidas tomar para evitar que el coste del kilovatio-hora penalice en exceso a los hogares pobres y la competitividad de las empresas electrodependientes. Algunas han cerrado producciones por falta de rentabilidad. El margen de maniobra que se otorgan es estrecho, remitiéndose a medidas de absorción del sobrecoste eléctrico con cargo a los presupuestos del Estado, unas medidas difíciles de sostener en el tiempo si la crisis se alarga. Ni Sánchez ni Macron quieren pensar en la que se avecina con una oposición enloquecida que aprovecha la crisis para reclamar incluso que se quiten las “barreras sindicales” (¿qué estarán insinuando?) y unos ciudadanos con chalecos amarillos tomando las calles en protesta por algo cuya solución no se encuentra en sus manos.
Pero lo que realmente debería sorprender es que gobiernos y empresarios, sobre aviso desde hace al menos una década de la escasez que se avistaba, superado el pic-oil y ante las tensiones que ello acarrearía en los mercados internacionales, no tomaran medidas antes. Cabe recordar la fuerte escalada de precios del petróleo que superó los 140 dólares el barril durante el verano de 2008. Las causas del encarecimiento de la energía son complejas, a veces influidas por circunstancias aleatorias o poco previsibles, pero hay una que es muy previsible: cuando un recurso no renovable supera su zenit de extracción tiende a la escasez, al desabastecimiento y en consecuencia al encarecimiento. A ello, sumémosle las medidas de reducción de emisiones para frenar el cambio climático, que llevan ya tiempo desincentivando las inversiones en combustibles fósiles, y añadamos los efectos geopolíticos y especulativos en manos de cárteles y oligopolios que pueden actuar de desencadenantes. Sin embargo, la fuerza motora principal de la subida de precios está escrita con la simplicidad y la lógica de los indicios del fin del modelo energético fósil. Ya nadie con información puede negarlo.
La misma lógica hay que aplicarla a otras materias primas minerales no energéticas como determinados metales o algunos productos y elaborados alimentarios sujetos a costes de energía o de transporte, que viene a ser lo mismo. ¿Quiere ello decir que nos enfrentamos irremediablemente a la escasez y el encarecimiento generalizado? Lo que nos está indicando es algo que ya sabíamos: que para no tener sobrecostes energéticos debemos transitar hacia el nuevo modelo energético basado en el ahorro y la eficiencia, la generación renovable y la economía circular. La escasez no es una propiedad atribuible a nada sino la consecuencia de algo. Es la consecuencia de no adaptarse al cambio. Los que hayan hecho inversiones en renovables, promovido una movilidad eléctrica o sostenible, tengan soberanía tecnológica porque han invertido en R+D, reducen el consumo de carne, tienen un mercado de trabajo justo, por poner ejemplos, surfearan mejor la ola. De esta crisis solo se sale por la senda del cambio.
A tenor de los debates suscitados y de las medidas que se proponen para hacer frente a ese invierno, como si se tratara de una tormenta pasajera de la que hay que cobijarse, da la sensación de que no se está por la labor. Enmascarar el precio de la energía con rebajas de impuestos o incluso con ayudas de escudo social no da señales de mercado para reaccionar en consecuencia. Seré grafico: no se trata de subvencionar el kilovatio-hora para continuar usando la secadora eléctrica sino de volver a tender la ropa al sol. Leo que los agricultores franceses van a abandonar los cultivos de maíz porque el secado con gas natural se ha puesto por las nubes y no sale a cuenta. Sin embargo, recuerdos de mi infancia me retrotraen a un secado sin coste con las mazorcas colgadas del techo. Alguien me dirá que no está la cosa para regresos al neolítico. Pues la historia juzgará si nuestra propensión al irracional derroche energético del transporte de mercancías global y del turismo de masas de bajo coste doméstico y altísimo coste medioambiental es fruto de la inteligencia y el progreso o es simple estupidez humana.
Una reflexión final. El mundo evoluciona entre la destrucción y la construcción. El volcán de la isla de La Palma en erupción estos días sugiere esta imagen de devastación ante la expectante mirada impávida de quien se debate entre la emoción y la conmoción. La oscilación del ciclo económico en el capitalismo hay que leerla en este orden para comprender: primero destrucción y luego recuperación y reconstrucción. Estamos en la reconstrucción, y sin embargo paradójicamente todo parece hundirse de nuevo ante unos índices devastadores de inflación con amenaza de colapso. Precisamente la salida está ahí y solo ahí. La reconstrucción precisa acabar con todo aquello que está anclado al modelo de la economía fósil y lineal. Consiste en eso, soltar los lastres del consumo y de la dependencia material. Sobrevivirán los que sepan tender de nuevo la ropa al sol.
Salvador Clarós
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