Contemplo una sala medio vacía,
y puedo percibir desde ese rincón
a media luz y en todo su silencio,
una silla ocupada por alguien,
con la espalda curvada hacia adelante
la cabeza gacha y sus manos,
cubriendo el rostro afligido de una muerte
sin compasión ni clemencia.
Me llega su voz rota y desgarrada
con ese llanto desesperado,
el silencio antes callado
chirría en las paredes del aula,
por un instante puedo alcanzar
el semblante que cubría,
y sin vacilar agrieto una parte de mí
para pronunciar su nombre.
Al oírlo, el cuerpo abatido por la congoja,
se alza veloz hacia mí,
con paso firme y trémulo a la vez,
me mira con recelo y temor,
en sus ojos puedo ver el miedo
pero su mirada alumbra sosiego.
Su mano se posa en mí acariciándome,
ya está dentro de mí para aplacar su dolor,
el llanto es un solitario gemido
que mece el paisaje dentro de lo irreal,
me siento aliviada al tenerla y sentirla
y contemplar de nuevo sus ganas de vivir.
Yo solo soy una simple pizarra
que cuando penetras en mí,
aparto esa muerte oscura y umbría
para darte la vida que hay en ti.
Nati Regàs
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