dilluns, 15 de març del 2021

Anónimo era mujer

 

¿Existe una literatura femenina? Me niego a entrar en esta polémica, puede que algunos temas interesen más a las mujeres, como puede interesar más un asunto u otro según la edad o el momento que vivimos, para mí entrar en este juego es menospreciar el trabajo de muchas escritoras, existe la buena o la mala literatura y si hasta ahora no ha habido escritoras es porque como ya es por todos conocido la mujer a lo largo de la historia ha sido considerada un ser inferior, una menor de edad, cuyo principal papel era el de esposa y madre. El tiempo ha borrado sistemáticamente el nombre de todas aquellas que dejaron su impronta en todos los campos del saber y del arte, se ha ido rescatando el nombre de todas aquellas que se atrevieron a cultivar otros ámbitos, en el científico donde podemos nombrar a Ada Lovelace, la primera programadora de la historia; en un mundo tan masculino como el guerrero sobresale Boudica, la reina de los icenos que se rebeló contra los romanos. Si hablamos de pintura, el nombre de las artistas que han sido borradas y olvidadas es escalofriante, quién recuerda a Sofonisba Anguissola o de Käthe Kollwitz, me vienen a la mente el chiste (con muy poca gracia, por cierto) en el que al preguntar por el nombre de alguna pintora y no saber nombrar apenas el de Frida Kahlo el listo de turno respondía “es que las mujeres no pintan nada”… 

Dejando los chascarrillos y la pintura, en el mundo de las letras ocurre lo mismo, basta mirar la lista de premios literarios para apreciar la escasa presencia femenina, el Nobel de literatura ha premiado desde sus inicios a dieciséis mujeres frente a ciento un hombres. La invisibilidad de las mujeres se ha visto amparada en el pseudónimo, estrategia que muchas escritoras se vieron obligadas a utilizar para poder ver publicadas sus obras o bajo el nombre de su marido, al parecer El Gran Gatsby le debe más a Zelda Fitzgerald que a su esposo F. Scott Fitzgerald.

Si hacemos un recorrido histórico empezando por la Edad Media pocos ejemplos encontramos de escritura femenina, Leonor Lopes o las cartas de Eloisa. La mujer aparece para engrandecer la figura masculina, tanto en la épica y sobre todo en la lírica trovadoresca el cortejo será una manera de suavizar el mundo masculino, la mujer es un objeto, una propiedad. Recordemos que el gran dilema de la época era si las mujeres tenían alma o no, no es una cuestión baladí, de la respuesta se podía extraer la relación con ella, si no tenía alma, era como un animal, por tanto, se la podía apalear, comprar…

Siglos más tarde, en el XVI y XVII encontramos la presencia de la mejicana Sor Juana Inés de la Cruz o Santa Teresa de Jesús, de la primera fueron las palabras: «Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis». Curiosamente ambas religiosas, una mujer gozaba de más libertad en un convento que bajo la custodia de un marido o un hermano, si tenían tendencias intelectuales podían desarrollarlas más fácilmente en la paz de una celda, sin la carga de los hijos y de la casa. 

No es hasta el siglo XIX cuando la mujer entra por la puerta grande en la literatura, pero muy limitadas por la presencia de sus maridos o bajo pseudónimos. Empezaremos por Mary Shelley, considerada como una de las precursoras del relato de ciencia ficción, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo su obra y su personalidad merecerían un capítulo aparte, aunque siempre bajo la sombra de su marido, a quien debe su apellido. Jane Austen vio rechazada su obra Orgullo y prejuicio por ser de una mujer, tuvo que publicarla posteriormente y siempre firmaba como “una dama” sin poner su nombre. Las hermanas Brönte (Anne, Emily y Charlotte) firmaban sus libros con los nombres de Acton, Ellis y Currer Bell, de otra forma no hubieron publicado sus obras. Cecilia Böhl de Faber firmó como Fernán Caballero su novela La Gaviota o Caterina Albert, la autora de Solitud es conocida por el seudónimo de Víctor Català. También Mary Ann Evans tuvo que echar mano a un nombre falso para poder ver impresa su obra, el de George Eliot. Lo mismo tuvo que hacer Louise May Alcott, la autora de Mujercitas, que firmó algunos libros con el nombre de A.M. Barnard. El esconder el nombre femenino llega hasta nuestros días, la autora de Harry Potter ocultó su nombre, Joanna, bajo las siglas J.K. para poner luego su apellido Rowling. Como decía Virginia Woolf “para la mayor parte de la historia, Anónimo era mujer”. 

Cabría destacar que es también en el siglo XIX y bajo la corriente realista cuando entra en escena la mujer como protagonista de muchas de las grandes novelas de la época, Emma Bovary, Ana Ozores o Anna Karenina, aparece una nueva imagen de mujer, oprimida y aniquilada que se refugia en un mundo de fantasía literario y se deja llevar por sus impulsos y sus pasiones. Aunque presentados desde la pluma masculina, comienza una reflexión sobre el papel de la mujer más allá del hogar y la familia. 

Y al llegar al siglo XX, ya no es factible hablar de la literatura de mujer, los nombres de autoras es inabarcable, imposible nombrar alguna sin dejar de lado el nombre de otras autoras más destacable en todos los géneros: novela, poesía, teatro; hasta todos los subgéneros: novela histórica, policíaca… Actualmente la mujer no tiene que esconder su inteligencia dentro de su casa y puede escribir sin complejos. Tampoco quiero olvidar las dificultades que sigue teniendo la mujer en países o culturas en las que todavía se la considera un ser inferior. Sí me gustaría acabar echando mano de mi experiencia como lectora, lo que destacaría es que cuando elijo una lectura no me fijo en si es un autor o una autora, la calidad literaria o el tema es lo que me lleva a la elección y al repasar mis lecturas me sorprende que muchas de mis elecciones son de autoras, y me da igual y esto es para mí lo auténtico y lo mejor que puede pasar con nuestro trabajo, que se nos valore por el trabajo en sí. Queda mucho trabajo por delante pero al igual que otros ámbitos el camino ha sido largo y seguramente queda todavía mucho por recorrer pero no cabe duda que las mujeres no tienen que pelear por demostrar su inteligencia. Solo es necesario leerlas. 

Virginia Woolf

Margot Rubio Morón