En ocasiones la vida lleva adherido el dolor, a veces físico, otras de corazón…
El fallecimiento del padre Celestino ha dejado una huella profunda de dolor a las personas que hemos estado próximas a él. No es sencillo encajar la pérdida de alguien que ha sido un referente, un buen sacerdote, y por encima de todo eso, un buen hombre, un hombre que ha sabido utilizar su don, esparciendo su “olor” a oveja allá por dónde ha pasado, tanto a creyentes como a incrédulos, al lado del necesitado, en definitiva habiéndose impregnado de las enseñanzas de Jesús.
En la vida de muchos ha sido ese fiel amigo que ha estado cuando hemos reído y que también ha ofrecido su hombro cuando nos ha invadido el llanto.
Un ejemplo de fe, guardando total coherencia con lo que predicaba y su estilo de vida. La humildad ha sido el traje de gala con el que ha acudido a diario a esta “fiesta” de la vida.
Por ello debemos decirle: ¡Hasta siempre, padre Celestino! El recorrido no ha terminado. Continuaremos nuestro camino en plenitud.
Nuestro consuelo ha sido su larga y diga vida. Nuestra alegría, que Dios le regaló un ángel que le acompañara en el tramo final de su vida terrenal. Un ángel vestido de blanco, del personal del hospital, que al tiempo que le supervisaba médicamente, le regalaba una de sus pasiones: la oración.
Y, parafraseando al padre Celestino: “No pongamos límites a los designios de Dios…”
Manuel Moreno
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